Antes de la firma del TLCAN, México vivía entre pocas marcas de ropa o comida, mientras que el contrabando de electrónicos aumentaba; hoy, el país es otro.
Hubo un tiempo en que los Milky Way sólo se traían de contrabando, al igual que una infinidad de golosinas, pero también los estéreos y las bocinas para autos, y las televisiones y los tenis Nike (que en aquel entonces se pronunciaba: “naik”), los Reebok, los Adidas; cualquier marca de ropa, como Chemise Lacoste, OP, los jeans Yves Saint Laurent, Jordache, etc.
No había quien viajara a Estados Unidos, que no trajera de regreso todo un cargamento de productos, esperando que la aduana le tuviera misericordia (el sistema de semáforos no existía): bolsas de chocolates, aparatos walkman, muchísima ropa, cassettes, infinidad de juguetes y, los más audaces, un aparato electrónico o dos.
Pero la situación era igual en alimentos y bebidas. Teníamos en México dos o tres marcas de jamón, tres o cuatro de leche, cuatro o cinco de enlatados en general. Ya estaban por ahí Fud, Herdez, Lala, Alpura, Bimbo, Marinela, pero tenían muy poca competencia, por lo que la fijación de precios tendía a serles muy favorable: los márgenes de utilidad de aquel entonces eran mucho mayores.
Las cosas cambiarían radicalmente con la llegada del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA o TLCAN). Hoy la disponibilidad de productos es amplísima y los lanzamientos se hacen de forma paralela con el resto del mundo. Tú tienes a tu disposición el iPhone más reciente, o lo último en pantallas de alta definición, a precios razonablemente cercanos al de otros países. Ya se olvidó aquella época del México maquilador, que era uno de los principales fabricantes de televisores del mundo, sin que sus habitantes pudieran comprar uno sólo.
Igualmente, las marcas mexicanas de alimentos y bebidas compiten encarnizadamente con una infinidad de marcas extranjeras, en beneficio del consumidor.
El contrabando sigue existiendo, pero ha quedado en gran parte relegado a los productos que las viejas mafias de Tepito consiguen ahora en Asia, producto del dumping, la evasión fiscal o la venta de artículos robados. Las clases medias ya no atiborran sus maletas con electrodomésticos, pues casi todo lo pueden conseguir en México a precios razonables.
El fenómeno va más allá de lo anecdótico. El tener muchos más productos para escoger no sólo enriquece la experiencia del consumidor:
- fue un elemento clave en la disminución de la inflación en los 90,
- creó decenas de miles de empleos manufactureros de calidad y
- forzó a las empresas nacionales y extranjeras a trabajar en el país al máximo de eficiencia posible.
México era, como todos los demás en Latinoamérica, un país exportador de materias primas: 80% de su comercio exterior era petróleo. Hoy, ese porcentaje es de apenas 10%; lo cual se traduce en que millones de empleos no dependen de lo que suceda en una sola empresa como Pemex, hoy nuevamente bajo fuego, por cierto, con el caso Odebrecht.
Igualmente, multiplicó su atractivo como receptor de inversión extranjera directa a partir del NAFTA. Si en los 70 y 80 atrajo en promedio 1,000 mdd por este rubro cada año, para principios de los 90, con la entrada al GATT (el antecedente de la Organización Internacional de Comercio) se había incrementado a 4,000 mdd anuales. Tras 1994, con la entrada en vigor del tratado, el ritmo se elevó a más de 10,000 mdd en promedio, que se hicieron 15,000 mdd por año en la primera década del siglo XXI. Hay que señalar que estas inversiones son, siempre, generadoras de empleos nuevos.
El comercio exterior casi se triplicó entre 1993 y 2003, pero siguió una vertiginosa trayectoria: desde los 60,000 hasta los 761,000 mdd en 2016, más de 10 veces. Esas ventas en el exterior generan empleos, igualmente. Por ejemplo, los empleos en la industria automotriz pasaron de 250,000 hasta antes del TLCAN a más de 1 millón, según datos de la AMIA.
En cuanto a los precios, como lo referíamos arriba, la entrada de México al GATT en 1987 permitió presionar de una forma muy clara a las empresas que se rehusaban a participar de lleno en el Pacto de Solidaridad Económica. Así, la inflación bajó de 180% en 1988 a “solo” 20% en 1989. La firma del TLCAN, sin embargo, se vio acompañada al año siguiente por la última crisis financiera grave en México: la de 1995. Ello evitó que el objetivo de una meta inflacionaria de un dígito se alcanzara sino hasta los primeros años del siglo XXI. Sin embargo, no hay duda de que el libre comercio logró, a la larga, los niveles de inflación que hoy estamos acostumbrados a ver.
Así, lo que tenemos hoy en contraste con los años previos a la firma del TLCAN es un mercado más moderno, eficiente y competido, al igual que un mercado laboral más vigoroso y diversificado. Somos algo que definitivamente no éramos en 1993: una potencia manufacturera global, lo cual nos sitúa en ciclos económicos diferentes que el resto de América Latina.
Por ello, lo que debe buscarse ahora es seguir generando las eficiencias que permite un bloque norteamericano como el que se formó en 1994.
Vía Alto Nivel